La repentina toma de conciencia
(fragmento de mi nuevo libro en preparación)

toma de conciencia

Producido el accidente o el siniestro vial, sus protagonistas –sean víctimas o victimarios- y sus respectivas familias se encuentran ante un hecho totalmente nuevo, impensado e inesperado: se ha provocado un verdadero cambio en la fantasía de vida que venían elaborando. Porque cada familia va acomodando su accionar, desde su conformación, siguiendo los pasos de un sueño sobre el que se construye la vida en común de sus integrantes. Es en ese esquema de ilusiones que se hacen los esfuerzos por mantener y mejorar el trabajo, se construyen las viviendas, se busca la carrera de estudios de los hijos, se eligen los lugares de veraneo, se cuida el estado de la salud, en síntesis, se va cimentando el futuro de todos y cada uno de sus integrantes. Por esa misma razón difícilmente encontremos dos familias iguales, aunque sí muchas con fantasías similares.

Dentro de esa fantasía proyectamos nuestras acciones previendo enfermedades y vacunándonos contra la posibilidad de contraerlas; vamos creciendo todos juntos tratando de vivir cada día construyendo los mejores recuerdos que harán más llevaderos los días subsiguientes. No hay fantasías de vida basadas en el dolor y el sufrimiento, porque vivir significa construir recuerdos y ninguno de nosotros proyecta concientemente recordar los hechos dolorosos, sino por el contrario, aquellos que nos han dado mayores satisfacciones. Por eso para la mayoría de las cosas tomamos actitudes previsoras o preventivas (vacunas, obra social, seguros, aportes jubilatorios, vida deportiva, descansos), salvo, inexplicablemente, en nuestra forma de utilizar la vía pública.

Lamentablemente, esa confianza con la que nos desplazamos pensándonos inmunes, como ya dijimos, en algún momento nos juega una mala pasada y nos hace entender violentamente que la muerte o la incapacidad de los nuestros es posible.

Entonces se rompe el cristal donde acostumbramos a ver reflejado nuestro futuro y repentinamente todo aquello por lo que luchamos por tanto tiempo pierde sentido. Es como mirarse en otro espejo. A mi se me ocurre representarlo en las películas del cowboys cuando el vaquero se afeita ante un espejo roto de alguna pieza de hotel barato y relacionarlo con la imagen diaria que nos reproduce el espejo sano de nuestro baño. Ya nada es o será igual. Nos estamos mirando ante un espejo rajado y nuestro rostro habitual se refleja distinto a lo que estamos acostumbrados. En casa hay una víctima del tránsito.

Hay una víctima? O todos somos víctimas? Mientras nuestro ser querido se mantiene aún con vida, la verdadera víctima física es si duda él. Nosotros indirectamente también empezamos a ser víctimas. Pero quiénes somos nosotros? Sus familiares, sus amigos y por que no, la sociedad misma. Pero puede llegar el momento en que el verdadero partícipe o actor activo del siniestro fallezca. Entonces desaparece la víctima física, pero toman realce, como víctimas emocionales, todos aquellos que convivieron con él.

Tanto el accidentado como sus familiares y allegados, de pronto, traumáticamente, sin aviso, tomamos conciencia de que la vida de todos y cada uno tiene un antes y un después del momento trágico. Estamos en presencia de una nueva realidad que nada tiene que ver con aquella fantasía de vida a la que estábamos acostumbrados. Hay que aprender a vivir de otra manera. No hay adonde recurrir para ello, ni experiencia ajena que valga lo suficiente. Ahora se entiende por qué cada casa es un mundo, pero ya es demasiado tarde. El “antes” resurge en el recuerdo a cada momento, el “ahora” de los que quedan pierde sentido por un tiempo, agobiado por el dolor y la angustia, mientras que el “mañana” ya está signado por el triste recuerdo y la ausencia.

Es más que probable que en el siniestro también haya participado algún victimario, el que de igual forma pudo resultar lesionado o muerto en el suceso. Tampoco se debe descartar la posibilidad de que haya terminado ileso. Alguna vez pensaron qué ocurre en la familia de un victimario? En un análisis objetivo de las consecuencias del siniestro de tránsito no es descabellado suponer que también en esa familia se ha roto su propia fantasía de vida. De alguna forma el victimario, mientras vive, es la otra víctima social del siniestro. En su vida tampoco ya nada será igual. Hay “un antes y un después” del suceso que le cambian la forma de vivir, con el agravante de que si el victimario logró salvar su vida, tiene “un hoy mucho más complicado que el de la víctima sobrevieviente ya que está sometido a un proceso judicial pudiendo incluso estar privado de su libertad por el sólo hecho de haber provocado muerte o lesiones graves.

No debe ser nada sencilla la vida de los integrantes de la familia de un victimario del tránsito, ya que estando éste con vida, deben incorporar a la convivencia el hecho de que un ser querido provocó la muerte o lesión de otra persona y que además, como arrastre, puede llegar a perder su libertad por un tiempo que se cuenta en años. No creo que pueda ser simple una convivencia en estas condiciones. Pensemos además, que puede haberse agravado de arranque nomás, si el victimario queda detenido en sede policial o judicial por su presunta responsabilidad. Y si el victimario resultara muerto en el siniestro, sus familiares y allegados sufrirán de una forma similar a los familiares de la víctima fallecida.

En definitiva, son dos familias que vieron truncadas sus fantasías de vida. Las víctimas emocionales de la imprudencia sufren de manera similar las pérdidas, sean los fallecido víctimas o victimarios. La toma de conciencia de los resultados de la inconciencia de los otros integrantes del núcleo familiar también se impone en los familiares del victimario.

Lo triste del caso es que esta toma de conciencia se pudo haber logrado antes de que la colisión se produjera, simplemente actuando con prevención en los desplazamientos.

La función de la educación para la prevención de accidentes y siniestros viales es lograr que los individuos entiendan que estas situaciones pueden afectar a sus familias si no comienzan a desplazarse en la vía pública previniendo que no están exentos de someterlos a estas consecuencias si persisten en su accionar imprudente.

Gerónimo Bonavera