Muchas veces me pregunto como poder expresar los resultados de nuestros fracasos como técnicos, profesionales, funcionarios, políticos en las múltiples áreas que hacen a la SEGURIDAD VIAL de nuestra sociedad.
Nuestros Fracasos que se hacen evidentes a partir de las contradicciones (“vendemos” los productos ponderando determinadas cosas como virtudes –velocidad, alcohol, etc.- y por otro lado los condenamos en nuestras leyes formales como los principales productores de daño) de los retrocesos (establecemos sanciones severísimas que luego disculpamos “magnánimamente”), de las acciones hipócritas (sancionamos leyes que luego no controlamos, y en muchos porque ni siquiera quien las debe controlar las cumple), de los intereses mezquinos y hasta “miopes” (la extensión de licencias de conducir es una “fuente” de recursos –económicos cuando no de “amiguismo”- antes que una responsabilidad social del estado) o en la simple demora de “tomas de decisiones” (¿cómo puede ser que aún en muchas jurisdicciones del país transportemos a nuestros hijos –escolares- en unidades que fueron desechadas del transporte público por vetustas?).
Hay tantos ejemplos de Nuestros Fracasos como técnicos, profesionales, funcionarios, políticos.
Pero
, ¿cómo reflejarlo?

Las Madres de la Asociación Valoremos la Vida nos hacen llegar la “carta” de una madre, Flor Zapata, (española, autora de un blog que en varias oportunidades he leído), solicitando su difusión. La carta ha sido escrita para otras madres en igual situación.
Pero no la quiero transcribir
desde la “comodidad” de la tercera persona, del “ajeno”.
Quiero transcribirla “involucrándome” y reflejando en sus palabras los resultados de nuestros fracasos (y digo fracaso, NO “frustración”, porque hay que seguir trabajando).
«Queridas compañeras en el dolor:

Muchos amigos y conocidos me piden de vez en cuando que escriba a otras madres en igual situación que yo, es decir «madres sin hijos» o con la pérdida de alguno de ellos.

Creo que ellos confían demasiado en que yo sea capaz de paliar vuestro dolor, porque quizás piensa que tengo facilidad para plasmar en el papel lo que sentimos todas las madres que hemos perdido a nuestros hijos.

Pero es sólo eso, plasmar nuestro sentimiento, porque en lo que se refiere a consolar, mitigar o apaciguar nuestro dolor, es imposible que haya nadie que sea capaz.

Todas nos reconocemos en las otras porque hemos pasado por lo mismo, aunque cada persona lo manifieste de una forma distinta.

Pero sí es cierto que entre todas nos podemos ayudar, porque hay algo muy fuerte que nos une. Es la fuerza que nos han dejado nuestros hijos para luchar.

Sé que todas hemos pensado y deseado morirnos, pero no es tan fácil morirse y aunque nos dejásemos morir, tardaríamos mucho y produciríamos más dolor a otras personas.

Creo que esta fue la conclusión a la que llegué, después de haber pasado por mi cabeza imágenes, fantasías o llamarlas como queráis, muy negras.

Mi dolor, mi rabia y me pena me hizo comenzar a escribir.

La muerte de mi hija no podía quedarse en una muerte absurda y mi hija que era una chica alegre, risueña, simpática con todo el mundo, bella por dentro y por fuera no podía ser invisible a los demás, no podía ser una muerte más.

No soy una persona fuerte físicamente, al revés, siempre he estado un poco pachucha, pero su fuerza se quedó conmigo y me propuse que haría lo posible para cambiar este mundo que ella apenas había disfrutado. No podía permitir que a otras madres les pasara.

Así comencé a escribir a todo bicho viviente y en especial a los jóvenes, principales afectados en este problema de los mal llamados accidentes de tráfico.

Os cuento esto, porque creo que sólo dentro de vosotras está la formula para paliar vuestro dolor. Sólo tenéis que encontrarla, aunque tardéis.

Nos queda algo importante por hacer, en nombre de nuestros hijos.

No los hemos traído a este mundo, no les hemos cuidado, luchado, educado, para que sus nombres, sus ilusiones, sus proyectos se queden en una cuneta o en una calle. Ellos no lo querrían.

Yo os invito a transformar vuestra rabia y vuestro dolor en fuerza. En una fuerza inmensa que nadie la pueda parar.

Somos «la mano que mece la cuna» y tenemos que hacer todo lo posible por cambiar esta sociedad. Cada una en su medida, cada una en su entorno, cada una según sus posibilidades y su área de influencia.

¡Luchemos por cambiar esta sociedad!

El alcohol, las drogas, la velocidad, la violencia, las prisas, la falta de valores, el dichoso dinero que todo lo toca y parece que es el único fin, todos ellos son temas sobre los que podemos influir y sobre los que merece la pena que empecemos a gobernar.

Encontrad la forma de hacer algo positivo.

Nuestro dolor jamás pasará, pero no podemos quedarnos en un rincón sin hacer nada. Seguiremos llorando, no importa, el llorar nos reconforta, pero andando y sobre todo, conseguiremos que otras madres no lloren lo que nosotras.

No tengáis prisa, no hay prisa, ya tenemos todo el tiempo de nuestra vida.

Y recordad que las mujeres además de traer hijos a este mundo, son las que lo mueven, somos el motor y es algo que tenemos que hacer nosotras, porque los hombres no serán capaces, quizás porque no les enseñaron a llorar.

Estamos unidas en el dolor.

Un beso muy, muy fuerte.
Flor Zapata Ruiz, madre de Helena

Nota y comentario:

La reflexión y la carta precedentes nos llegó a través del Dr. Eduardo Bertotti, Director de ISEV (Instituto de Seguridad y Educación Vial) y la transcribimos tal como nos la envió. Desde ya muchas gracias a Eduardo Bertotti porque esta carta quizá sea mucho más significativa que mil tratados de Seguridad y Educación Vial ya que solamente quien perdió un ser querido a causa de un accidente vial, puede expresar todo el dolor que brota de su corazón de la manera que esta madre lo hace. Esperemos que en un futuro no muy lejano, aprendamos a cuidar y respetar la vida. Nuestros fracasos, como los denomina Bertotti, a mi entender, pasan por desentendernos de nuestros derechos y deberes de ciudadanos aceptando y convalidando actos de corrupción menor que luego se transforman en una corrupción generalizada que tanto daño nos está haciendo.

María Inés Maceratesi